“El Da Vinci español que dijo ‘no’ a Apple”. Rodrigo Garcia, becado por la BritishSpanish Society y Telefónica en 2013
- Posted by Jonny hough
- On October 3, 2016
Jorge Benítez, El Mundo
Imagine que recibe un email de un cazatalentos internacional de Apple en el que se le pide una cita para tomar un café dentro de media hora. ¿Qué hace? ¿Acudir corriendo? Mejor montar en bici. Eso hizo Rodrigo García un día después de haber triunfado en Londres con una exposición de sus inventos en el Royal College of Art.. Imposible fiarse de un taxi en hora crítica de tráfico más aún cuando vives en la otra punta de la ciudad. Pedaleó como si fuera un escapado que huye del pelotón en una etapa del Tour hasta que milagrosamente alcanzó la meta. Entonces le informaron que había un error y que el encuentro era al día siguiente. Daba igual: había llegado a tiempo.
Apple, la empresa más valorada en bolsa del mundo por aquel entonces, quería ficharlo para su prestigioso equipo de diseño. Dos años después, Rodrigo García (Vitoria, 1984) reconoce no tener mucho dinero. Pero no se arrepiente de haber rechazado la oferta del imperio fundado por Steve Jobs. Quiere seguir su propio camino.
Tras varios meses de tanteos telefónicos, por fin hace una escala en Madrid, donde viven sus padres, y podemos encontrarnos. Desconocido en nuestro país, puede presumir de haber sido el primer europeo (pionero, así los llaman) invitado a participar en el programa We Solve for X, una comunidad creada por Google que reúne a inventores y pensadores para hablar de soluciones tecnológicas y medioambientales.
De su imaginación han surgido artilugios tan curiosos como una maleta que te sigue como un perrito faldero gracias al bluetooth del móvil, una nube artificial que distribuye agua y una plantilla perforada con agujeros para ver más nítidamente, ideal para fabricar gafas de forma sencilla en países en vías de desarrollo. Aunque seguramente su creación más relevante sea la gotella, al menos la que ha generado más expectativas. Un invento que ha puesto en alerta al lobby de la industria del plástico y cuya implantación podría suponer una revolución ecológica. Sin aventurar sobre el futuro de sus proyectos, sí se puede asegurar que este chico es una de las mentes más inquietas y creativas del siglo XXI español.
García espera refugiado en un toldo, que hace de escudo frente al sol de verano, de la cafetería de Avenida de América donde hemos quedado. Al contrario que con Apple, se ha presentado a la cita con cinco minutos de adelanto. Pide un zumo de naranja y va armado con un ordenador portátil y un teléfono analógico que parece rescatado de finales del siglo pasado.
- ¿El hombre tecnológico no tiene un ‘smartphone’?
- (Se ríe) Éste funciona bien. Hace cuatro años me vi obligado a comprarme un smartphone en Inglaterra, que todavía uso en el trabajo, porque iba de un lado a otro siempre con un callejero de bolsillo y varias veces me equivocaba de dirección. Orientarse en Londres es complicado, hay muchas calles con el mismo nombre y tuve que recurrir a los mapas por GPS.
Es alto, ordenado y cuando no encuentra la palabra exacta, se disculpa: dice que lleva mucho tiempo comunicándose en inglés. García ha fundado en la capital británica Skipping Rocks,
una empresa con un reducido grupo de socios, la mayoría químicos, levantada con ayudas europeas y el dinero de los premios internacionales que García ha ganado con sus inventos.
- ¿Cómo nace una idea capaz de resolver una necesidad o incluso crearla?
- Mira (coge su zumo de naranja), se puede decir que hay dos tendencias básicas en diseño: la primera se podría llamar evolutiva, en la que podríamos coger este vaso que ya sabemos que cumple su función y pensar en un nuevo material o en lograr un diseño más ergonómico. Con la otra tendríamos la revolucionaria, que consiste en plantearse de cero el problema de cómo beber. ¿Podríamos lograr un mecanismo capaz de beber de la mano de forma higiénica? ¿Hacer que el líquido se contenga en sí mismo sin necesidad de vaso? Ése es el planteamiento.
- Esa reflexión debe ser complicada cuando tienes tantos en proyectos en marcha.
- En nuestro grupo somos muy buenos en empezar cosas y malos para terminarlas -se ríe-. Trabajamos hasta en 20 ideas. Últimamente nos hemos dedicado a investigar en unas dobles pieles fáciles de desprender que podrían emplearse en el tratamiento de quemaduras o para protegerte del sol si vas a la playa.
En el portátil me muestra la evolución de su gotella (gota+botella), un trabajo en el que ha invertido mucho tiempo. Esta alternativa a la botella de plástico nace a partir de un alga tratada con la técnica de esferificación, un proceso de coagulación empleado durante décadas en la industria alimentaria y que Ferran Adrià trasladó a la alta cocina. De ahí surge un envase de textura gelatinosa barato (dos céntimos cada unidad), resistente, biodegradable como una piel de fruta y hasta comestible (eso sí, totalmente insípido).
Las mayores empresas embotelladoras del mundo se han puesto en contacto con él, aunque su implantación industrial parece todavía lejana. El valor de este producto creado por García radica en su coste medioambiental, infinitamente inferior al del polietileno habitual en envases y botellas. Un asunto nada baladí si tenemos en cuenta que se estima que, en la era del plástico, el ser humano lleva producidos 5.000 millones de toneladas en los últimos 40 años y sus vertederos se extienden por tierras y mares.
La imaginación de este hombre más que precoz es preclara. De adolescente estaba convencido en estudiar diseño industrial, pero al final se decantó por la arquitectura. Iba a sorprender con su heterodoxia desde su ingreso en la Escuela de la Politécnica de Madrid. Todas sus ideas constructivas iban dirigidas a reducir el impacto del urbanismo en el paisaje y no dudó en plantear proyectos tan originales como casas que se esconden, casas con patas o algo tan arriesgado como su multipremiado proyecto final de carrera: un edificio de 12 plantas con estructuras desplegables basadas en los fundamentos de la geometría. Lo impactante es que esa mole estaba diseñada para montarse en tan sólo tres horas.
De Madrid pasaría por Suecia, India y Chile, destinos académicos tan distintos como claves en su formación. Su entusiasmo pausado no anuncia la cantidad de cosas que es capaz de hacer a la vez. Compagina su vocación científica en distintos campos con la de actor. Sí, Rodrigo García es experto en el arte teatral de la improvisación, que cultiva desde sus años escolares, incluso ha ganado alguna competición y colaborado con distintas compañías. Algo muy útil ya que para él esta disciplina y la innovación tecnológica se rigen por normas similares: «En ambos mundos hay que estar abierto a todo y aprender que el error es un acierto», asegura. Además de su labor como profesor en Kingston y en el Imperial College y la gestión de su empresa, García viaja por toda Europa contratado por empresas de muy diferente perfil con la misión de «solucionar problemas». Es como el Señor Lobo del I+D.
Cuando uno piensa en un inventor español recuerda sus libros de texto de la EGB y las menciones a Isaac Peral y su submarino o a Juan de la Cierva, precursor del helicóptero. Quien ha disfrutado de un profesor de Ciencias estimulante quizás haya oído hablar del injustamente olvidado Torres Quevedo, considerado nuestro Leonardo Da Vinci. Otra referencia coloquial a la innovación más loca se produce al oír a nuestros padres o abuelos identificar un disparate con la frase «esto es como un invento del TBO», alusión a aquellas ideas estrafalarias como el coche salta-vallas o los melones cuadrados que ilustraban esta revista infantil de posguerra. Tampoco resultaba extraño que en la adolescencia, cuando el ocio discurría entre billares y recreativos, un amigo sentenciara con orgullo patrio: «El futbolín es un invento español». Sin olvidar el chupachups y el gran hito de la ingeniería doméstica nacional: la fregona. Esto conforma la biblia popular de la invención española.
Nuestra escasa tradición tecnológica tiene diferentes justificaciones históricas, aunque siempre en artículos y libros se cita a don Miguel de Unamuno como paradigma insigne de este retraso. El fragmento de su obra El pórtico del templo -tan sobado como tergiversado- pronto se convirtió en la asunción atávica de la pereza científica: «Inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó».
Sea culpa o no de Unamuno (suponemos que no), lo cierto es que en España hemos inventado poco. Y el presente tampoco es optimista. Según el último informe de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, ocupamos el puesto 18 a nivel europeo en innovación. En el mundo, la posición 28. En cuanto a solicitudes de patentes estamos todavía más retrasados.
- ¿Por qué no hay más rodrigosgarcías en España?
- Hay gente muy buena y mucha creatividad, de eso no hay duda, pero hay cosas que podrían funcionar mejor. Se abusa del estudio teórico y no se enseña a resolver problemas prácticos. Otra cosa que he visto es que en España la edad es un factor muy importante en el ámbito laboral. En otros países les da igual que tengas 20 ó 30 años a la hora de dirigir equipos con gente más mayor.
Planteo la misma pregunta a Carlos Elías, catedrático de Ciencia, Tecnología y Opinión pública de la universidad Carlos III de Madrid. Su diagnóstico es similar: «En nuestro sistema hay un culto a las publicaciones y un desprecio a la experiencia. Es mucho más fácil que hagan catedrático de Cine a alguien que ha hecho una tesis sobre Almodóvar que al propio Almodóvar».
Gran parte de nuestras patentes nacen en el sector público. Eso genera muchas veces una falta de incentivos. El premio que reciben por su investigación los funcionarios se traduce, tras una compleja evaluación periódica, en unos pocos euros más de sueldo. Los centros donde trabajan, principalmente universidades, son los propietarios de sus patentes y los que negocian su explotación comercial. Los inventores públicos al final se quedan con un porcentaje de los royalties que generan. «Para mí el gran problema estructural es la falta de inversión en los alumnos. En Harvard el 10% de su dinero va destinado a los profesores, mientras que en las universidades españolas es el 90%. Eso quiere decir que ellos destinan muchísimos más fondos a iniciativas de sus estudiantes, a abogados especializados en patentes, asesores empresariales, etc», explica el profesor Elías. Esto hace que nuestros rodrigosgarcías sean fruto de la generación espontánea y muchos se vayan a otros países en busca de estímulos y mayores recompensas.
En España, según los expertos consultados, lo más preocupante es la falta de inversión privada. No existe interés de fondos de capital riesgo por nuestros creadores. La mayoría de los estudiantes de Diseño del curso que imparte García en el Reino Unido colaboran en proyectos reales impulsados por empresas. Incluso muchos cobran ya royalties ganados por su trabajo sin haberse destetado aún del aula universitaria.
- ¿Te planteas regresar?
- Si me llaman para trabajar en un proyecto interesante con buenas condiciones, estoy seguro de que sí.
- Dile que queda por inventar a alguien que cree que ya está todo inventado…
- No quiero llenar el mundo de cosas nuevas. Tan sólo quiero que las cosas sean más sencillas.
A pesar de dedicarme una hora larga, se niega a que pague el zumo (que ya no sé si es evolutivo o revolucionario) y me invita al café, algo que hay que decir no hacía nunca Unamuno, que tenía fama de tacaño entre sus contemporáneos. Pero dejemos ya de echarle la culpa a Unamuno de todo.
0 Comments